Como cada noche en la que ella aparecía, la dama vestida de rojo la contemplaba en su fascinación, silente la envolvía en su fría dulzura de plata y miel, terciopelo en carmín de lujuria que de desenfreno en pensamientos se perdía.
Como cada noche en la que ella estaba presente la plata ardía en lo indecente, amante de palidez en su tez candorosa e insinuante figura, redondez de almas que se miraban sin poder tocarse, alucinación desbocada al abismo del deseo y del secreto.
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